lunes, 6 de abril de 2009

Movimiento "ciudades verdes"


Cada vez más urbes apuestan por renovarse mediante criterios ecológicos

Las ciudades más avanzadas ya no quieren ser grises, sino verdes. Algunos expertos hablan ya de un movimiento, no organizado, de "ciudades verdes" en todo el mundo. En todas ellas hay un común denominador: tanto sus instituciones como sus ciudadanos son conscientes de que priorizar criterios medioambientales en la vivienda, el transporte, la producción de bienes y servicios o la gestión de los residuos no sólo mejora la calidad de vida, sino que también permite hacer frente a los grandes desafíos ecológicos de la humanidad, como el cambio climático o la energía.

La mitad de la humanidad vive hoy día en zonas urbanas, una cifra que podría llegar al 75% en las próximas décadas. Esta proporción ya se vive en algunos lugares, como Europa, donde cuatro de cada cinco personas son urbanitas. Por ello, las ciudades tienen cada vez más responsabilidad frente a los desafíos medioambientales. Algunas de ellas han empezado a asumir el reto, introduciendo medidas para reducir los residuos, mejorar la calidad del aire, potenciar la movilidad sostenible o ampliar las zonas verdes, convirtiéndose así en un ejemplo para el resto de grandes urbes.

La práctica totalidad de los 800.000 habitantes de Estocolmo cuenta con zonas verdes próximas a su vivienda

En este sentido, la Comisión Europea ha organizado un premio por el que cada año, a partir de 2010, una ciudad de la UE se convertirá en la "Capital Verde de Europa". Los responsables comunitarios quieren así reconocer el trabajo de las ciudades que más esfuerzos están dedicando, de manera que sirvan también como estímulo y modelo para las demás.

Tras estudiar las candidaturas de treinta ciudades, los miembros del jurado decidían recientemente erigir a Estocolmo como la primera ganadora, mientras que Hamburgo será la encargada de sustituirla en 2011. El proceso de selección contó con una fase final con ocho candidatas: Ámsterdam, Bristol, Copenhague, Friburgo, Münster y Oslo. Por su parte, España también propuso varias ciudades (Murcia, Pamplona, Sabadell, Vitoria-Gasteiz y Zaragoza), pero en opinión del jurado ninguna de ellas cumplía los estándares medioambientales propuestos para el premio.

La capital sueca reúne varios aspectos que le han permitido ser la primera "Capital Verde Europea". Por ejemplo, la práctica totalidad de la población (unos 800.000 habitantes) cuenta con zonas verdes próximas a su vivienda. Asimismo, sus responsables institucionales han puesto en marcha una serie de ambiciosos programas para mejorar la calidad del agua y el aire urbano, reducir la contaminación acústica o proteger la biodiversidad. A la hora de combatir el cambio climático, se están tomando medidas para que progresivamente se dejen de utilizar combustibles fósiles, de manera que a mediados de siglo Estocolmo se convierta en una "ciudad de carbono cero".

Por su parte, la ciudad alemana de Hamburgo sucederá a Estocolmo por demostrar que en una gran urbe con cerca de 1,8 millones de personas se pueden tomar medidas con buenos resultados. Así, se ha conseguido mejorar su calidad del aire, y se han reducido las emisiones de CO2 en un 15% con respecto a 1990, de manera que para 2050 se habrán reducido en un 80%. Asimismo, la movilidad sostenible es otro de sus puntos fuertes: además de apostar por el uso de la bicicleta, todos los ciudadanos cuentan con un eficiente sistema de transporte público a 300 metros como máximo de su hogar.

Otros ejemplos de ciudades verdes

Reikiavik ha demostrado que abastecerse por completo de energías renovables es posible

Los ejemplos de ciudades que destacan por su apuesta por el medio ambiente son cada vez más diversos. Un caso modélico y prueba histórica de que las transformaciones "verdes" a gran escala son posibles es Curitiba, en Brasil. En 1972, el arquitecto y urbanista Jaime Lerner se convirtió en alcalde de esta su ciudad natal. Los cambios que planteó fueron de tal calado que en 2002 fue nombrada como una de las cinco ciudades más modernas del mundo. Entre otras medidas, Lerner retiró los coches de la parte central de la ciudad, convirtiéndola en totalmente peatonal; puso en marcha un eficiente sistema de autobuses urbanos que hoy día es utilizado por las tres cuartas partes de su población (2,2 millones de habitantes); y creó espacios verdes en zonas que hubieran acabado convirtiéndose en suburbios marginales.

Por su parte, la capital de Islandia, Reikiavik, ha demostrado que abastecerse por completo de energías renovables es posible, al contar con autobuses con combustible de hidrógeno y suministrar calor y electricidad a sus ciudadanos a partir de la energía geotérmica e hidráulica.

Asimismo, en Estados Unidos, país que no firmó en su momento en Protocolo de Kyoto, empiezan a notarse importantes transformaciones en algunas de sus ciudades. Por ejemplo, Portland, en Oregón, se convirtió en 2005 en la primera ciudad de EE.UU. en fijarse unos objetivos de reducción de las emisiones de CO2 en la línea de Kyoto. A esta ciudad le han seguido otras como Seattle, en Washington, que han convencido a otros municipios estadounidenses para hacer lo mismo bajo el denominado "Acuerdo de Protección del Clima de los Alcaldes de EE.UU.". Otros ejemplos llamativos son los de la ciudad de Austin, Texas, que se está convirtiendo en uno de los principales referentes mundiales en producción de equipos solares; o Chicago, donde sus responsables están invirtiendo cientos de millones de dólares para revitalizar sus parques y transformar sus edificios en más ecoeficientes.

Cómo crear ciudades verdes

William E. Rees, profesor de la Universidad de British Columbia y creador del concepto de huella ecológica, razona que las ciudades deberían replantearse siguiendo los siguientes patrones:

Un mayor aprovechamiento de las viviendas, de manera que se reduzca el consumo de suelo, infraestructuras y demás recursos. Opciones múltiples para reducir, reutilizar y reciclar, y una población concienciada que las asuma. Movilidad urbana libre de coches mediante la inversión en infraestructuras que permitan un tránsito peatonal y en bicicleta, así como un transporte público viable. Cogeneración de electricidad para que los ciudadanos también puedan producir su propia energía, así como sistemas que permitan transformar los residuos en energía. Mejora de la calidad de vida de los ciudadanos mediante un aire más limpio, un mayor acceso a los servicios y una mayor atención a la producción local. En este sentido, Rees plantea que los nuevos diseños urbanos han de pensar en las ciudades como completos ecosistemas más autosuficientes, una idea que se está llevando a cabo en las denominadas "ciudades de transición".

Por qué hay que salvar el corcho

La desaparición del uso comercial de los alcornocales implicaría considerables impactos negativos en el medio ambiente

Los tapones de corcho podrían convertirse en una reliquia del pasado. Su progresiva sustitución por tapones sintéticos y las amenazas que sufren los alcornocales, de cuya corteza se extrae el corcho, ponen en peligro su futuro. La desaparición de estos árboles supondría una serie de impactos ambientales muy negativos. Por ello, sus defensores recomiendan diversas medidas para evitarlo, en las que los consumidores también son importantes.

Los tapones con materiales como el plástico o el aluminio aumentan su presencia año tras año, y las tendencias apuntan a que cada vez serán más frecuentes. La creciente demanda de grandes productores en América, como Estados Unidos, Chile o Argentina, y el hecho de que hace unos años la calidad del corcho no fuera la idónea, permitió la introducción progresiva de los tapones sintéticos. Pero no es el único motivo que amenaza la supervivencia del corcho. Según WWF, durante las últimas décadas, políticas mal orientadas, una inadecuada gestión forestal y ganadera y cambios en las estructuras sociales del mundo rural han supuesto una degradación y pérdida de los bosques de alcornoques (Quercus suber).

En un alcornocal con una extensión similar a la quinta parte de un campo de fútbol se han encontrado hasta 135 especies distintas de plantas

La desaparición de los alcornocales supondría una serie de efectos negativos sobre el medio ambiente. La biodiversidad, no sólo del propio árbol, endémico de Argelia, España, Francia, Italia, Marruecos, Portugal y Túnez, sino de toda la vida que albergan, quedaría muy resentida. En un alcornocal con una extensión similar a la quinta parte de un campo de fútbol se han llegado a encontrar hasta 135 especies distintas de plantas. Asimismo, especies animales amenazadas y únicas del Mediterráneo, como el águila imperial, la cigüeña, el lince ibérico, el meloncillo, el camaleón, la jineta o el ciervo de Berbería (el único ciervo africano), así como millones de aves migratorias que utilizan estos árboles para invernar, se quedarían sin refugio.

Además de la biodiversidad, el entorno natural y rural también empeoraría. Por un lado, los alcornocales, al igual que otros bosques, conservan el suelo, recargan los acuíferos, controlan la erosión del suelo y reducen la desertificación. Asimismo, las singulares propiedades del corcho protegen al árbol y a su entorno de las condiciones extremas del clima mediterráneo, como la sequía, las altas temperaturas estivales y los incendios.

Por otro lado, la desaparición de alcornocales conllevaría un incremento aun mayor del despoblamiento rural y de los usos insostenibles de dichas extensiones. En la actualidad, España cuenta con alrededor de una cuarta parte mundial de alcornocales, ubicados principalmente en la costa mediterránea, Andalucía y Extremadura.

La lucha contra el cambio climático también se reduciría. El alcornocal "secuestra" el dióxido de carbono (CO2), un efecto aun mayor gracias al corcho. Según WWF, que ha puesto en marcha una campaña para salvar este material, el uso comercial del alcornoque produce cinco veces más corcho que un ejemplar intacto, lo que aumenta la absorción de CO2.

Por su parte, el Instituto del Corcho de la Junta de Extremadura (Iprocor) se apoya en varios estudios "independientes" para afirmar que la fabricación de mil tapones de corcho emite menos de cinco kilos de CO2 a la atmósfera, mientras que la misma cantidad de tapones de plástico y de rosca de aluminio supone más de 16 kilos y 37 kilos de CO2, respectivamente. En este sentido, un estudio de PricewaterhouseCoopers para la empresa corchera portuguesa Amorim señala que la fabricación de un tapón de plástico y uno de aluminio suponen, respectivamente, 10 y 25 veces más gases de efecto invernadero que un tapón de corcho. Asimismo, los tapones de corcho son totalmente reciclables y biodegradables, causando un menor impacto que los de plástico y aluminio.

Cómo salvar el corcho y los alcornoques

La fabricación de un tapón de plástico y uno de aluminio suponen, respectivamente, 10 y 25 veces más gases de efecto invernadero que un tapón de corcho

Las medidas para evitar la desaparición de los alcornoques y el corcho son muy diversas:

Concienciación de la industria vinícola, para que siga utilizando tapones con este material, y de la industria corchera, para que mantenga y mejore su calidad. Según WWF, la supervivencia futura de los bosques de alcornoques descansa en gran medida en el mercado del tapón de corcho.

Protección, restauración y mejora de la gestión de los alcornocales. Por ejemplo, el sello del Consejo de Administración Forestal (FSC) certificaría los corchos que se han producido en bosques con una gestión social y ecológica responsable. El año pasado, la productora de tapones Espadán Corks y las bodegas Dagón, que utiliza tapones de la corchera Oret Subericultura, fueron las primeras empresas del sector en recibir el certificado FSC de toda Europa. Por su parte, la industria corchera ha puesto en marcha el Sistema de Certificación del Código Internacional de Buenas Prácticas Taponeras (Systecode), para garantizar la calidad del corcho.

Creación de una ecotasa para gravar los tapones más perjudiciales con el medio ambiente. Se trata de una idea de Iprocor, que lo ha solicitado a la Unión Europea (UE).

Elaboración de más investigaciones para mejorar la calidad de los alcornoques. Por ejemplo, investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), el Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA) y la empresa Tragsa han creado una técnica para seleccionar y conservar embriones de alcornoque de calidad, de manera que permitan regenerar los alcornocales.

Por su parte, los consumidores tienen también un importante papel, ya que pueden elegir botellas con estos tapones o productos con dicho material, especialmente los que lleven certificados de calidad y sostenibilidad ambiental, como el FSC o el Systecode. Asimismo, también pueden apoyar las iniciativas que tengan como objetivo conservar y mejorar estos hábitats únicos y denunciar posibles usos inadecuados de los mismos.

Beneficios del corcho para la economía y la salud

La utilización del corcho genera otros beneficios además de los medioambientales. Sólo en España, segundo productor de corcho tras Portugal, hay registradas unas 600 empresas dedicadas a la fabricación de productos con este material, que dan empleo a unas 3.000 personas. Sus responsables recuerdan que la producción del corcho, una vez cada 9 a 12 años, se obtiene por descortezamiento, sin cortar ni dañar al árbol, que puede vivir entre 170 y 200 años.

Si bien la producción de tapones ocupa mayoritariamente a este sector, con un 85% del volumen de negocio, industrias tan diversas como la naval, la de maquinaria, la vidriera y cerámica, la de la construcción, la química, la farmacéutica, la del calzado o la imprenta utilizan el corcho por sus propiedades aislantes, su ligereza o su flotabilidad. Incluso la NASA ha utilizado corcho en algunas misiones espaciales. Asimismo, los alcornoques son la base de diversas setas y plantas silvestres muy apreciadas, y su fruto, las bellotas, son el alimento de los cerdos ibéricos que dan lugar a los famosos jamones.

Por otra parte, los defensores de los tapones de corcho recuerdan que permiten la maduración del vino y que no son los causantes de que se pique. También aportan diversos estudios recientes que señalan la capacidad del corcho para mejorar el sabor del vino y para transmitir ciertas propiedades que contribuirían a reducir el riesgo cardiovascular y retrasar ciertas enfermedades degenerativas, aunque reconocen que sus efectos finales están aún por investigar. En cualquier caso, afirman que la gran mayoría de los consumidores prefiere el tapón de corcho frente al de plástico, según diversas encuestas internacionales.