lunes, 1 de junio de 2009

El Gran Hermano Anged

En el actual debate y negociación previa a la transposición de la directiva comunitaria de servicios a la legislación española en materia de comercio interior, están quedando una vez más patentes dos formas antagónicas de concebir esta actividad y la propia existencia: la nuestra y la de ellos: las grandes empresas de distribución agrupadas en Anged.

El debate no es baladí: nos estamos jugando, a la vez que un modelo de comercio, un modelo de sociedad, un modelo de vida y un proyecto de ciudad. En el pequeño comercio estamos sorprendidos al comprobar que la Comisión Nacional de la Competencia y Anged defienden idéntico planteamiento: la libre apertura de grandes superficies comerciales. Lo cierto es que su postura es la misma que hace 15 años: ¡como si la sociedad no hubiese cambiado desde entonces!

Y todo ello basado en la misma falacia, en la misma trampa: confundir liberalización del mercado con libertad, manteniendo el argumento de que la apertura salvaje de estos macrocentros no perjudica al pequeño y mediano comercio, crea puestos de trabajo y una reducción de los precios.

Pero la realidad es terca y echa por tierra sus argumentos. En primer lugar, y se ha comprobado en ciudades como Tolouse, que la implantación indiscriminada de las todopoderosa cadenas de distribución, ubicadas en el extrarradio de las ciudades, provoca el cierre masivo del pequeño comercio a pie de calle, la desertización de las ciudades y de los centros históricos urbanos.

Sobre el empleo, las estadísticas demuestran que el ofertado desde las grandes superficies es de baja calidad, precario y de retribución inferior. Cuando mantienen que se crea empleo, pero nos mienten al relativizar y dato, ya que en cifras absolutas el desempleo es una realidad al no contabilizar el destruido en la red minorista con sus agresivas políticas comerciales, así como en las empresas proveedoras.

Pero de los tres argumentos/falacia, quizás el más sangrante es la continua apelación a la salvaguardia de la competencia desde Anged; precisamente el que más le debería preocupar a la comisión del mismo nombre que tiene como misión su defensa en lugar de compartir tal criterio. Resulta palmario que al operar en el mercado, cada día más exclusivo, a las apenas decena de grandes cadenas de distribución existentes, la enorme presión ejercida por aquellas sobre los fabricantes para que produzcan de una forma determinada es insalvable. Como consecuencia se eliminan las marcas propias y se reduce drásticamente al capacidad de elección del consumidor, que podrá comprar únicamente lo que al club reducido y privilegiado de grandes distribuidores le interesa, desapareciendo automáticamente la oferta plural de la que disponía en la gran red de comercios minoristas que son arrasados donde realmente la competencia en precios, marcas y productos funcionaba.

El impacto generado en las ciudades por el modelo del comercio que defienden las grandes áreas comerciales es brutal: las urbes se vuelven fantasmagóricas; el patrimonio histórico se abandona y deteriora con lo que conlleva de gasto su costosísima recuperación; y los ciudadanos se ven obligados a coger el coche para desplazarse a las macro superficies del extrarradio, para allí terminar siendo controlados remotamente y conducidos por los pasillos gracias a soterradas y sofisticadas técnicas de venta y marketing. Nada más lejos de la libertad que la vida de la mano del Gran Hermano Anged.

Por eso, Encarna Álvarez ha dicho que FECOVI y “el pequeño y mediano comercio va a dar batalla hasta la última bocanada si es preciso para que la presente discusión de la aplicación de la normativa europea sobre libertad de comercio no concluya por condenar a los compradores a la dominación y la robotización de sus vidas; a los millones de empleados de las tiendas de las ciudades a la crisis, el desempleo y la zozobra; y a las ciudades a la desertización y al espectro. Para que cuando compremos vivamos, nos miremos a los ojos y nos pongamos al día de cómo le va a cada uno su latosa tos”.

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